Tetiana Hunko y Bohdan Chuma, dos notables hispanistas e intelectuales ucranianos, analizan para El Confidencial el polémico caso del delantero del Betis
Tras una tan dilatada como intrincada peripecia histórica, el 24 de agosto de 1991 Ucrania declaraba su independencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ese mismo día, la República Socialista Soviética de Ucrania, miembro de las Naciones Unidas desde el 24 de octubre de 1945, informaba a este organismo internacional que cambiaba su nombre por el de Ucrania. Poco tiempo después, en diciembre de 1994, Ucrania, Estados Unidos, Rusia y Reino Unido firmaban el Memorando de Budapest en el que, entre otros aspectos, los firmantes se comprometían a garantizar la independencia, soberanía e integridad territorial de Ucrania.
Más allá de elucubraciones académicas o anhelos políticos varios, nadie pone hoy en duda la existencia de Ucrania como un país soberano, con unas fronteras definidas y establecidas y reconocido por todos los organismos internacionales, país cuyo escudo oficial es conocido como Tryzub o tridente. Que el ciudadano medio español no sepa qué es el Tryzub y no sea capaz de distinguirlo de diseños similares exhibidos por ciertas formaciones políticas resulta disculpable, pero no por ello se puede buscar la polémica y poner en el punto de mira a una persona.
Ucrania suena en España a Maidán, a revuelta, a tumulto… No es este el lugar para analizar los procesos que condujeron a Maidán ni tampoco sus consecuencias para la política interna del país, pero sí para poner de relieve que dicho acontecimiento ha sido utilizado por una potencia vecina para agredir, anexionar e invadir este país europeo. Algunos alegarán que, del mismo modo que la OTAN intervino en la antigua Yugoslavia para frenar las atrocidades que los ultranacionalistas serbios cometían contra la población bosnia, así la Federación de Rusia lo ha hecho para frenar las atrocidades que los ‘nazis‘ ucranianos hubieran perpetrado contra los rusoparlantes.
En primer lugar, se da la circunstancia de que buena parte del país es rusoparlante; así ocurre con ciudades como Dnipro, en cuyo equipo jugó Zozulya, en la que no solo no se ha producido limpieza étnica alguna, sino que está volcada en la resistencia al invasor. Tampoco sirve, para probar la existencia de un plan de genocidio contra los rusoparlantes de Ucrania, el manido y manoseado caso de la Casa de los Sindicatos de Odesa, sobre el que la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en su informe de 15 de junio de 2014, declaró que ‘the cause of the fire remains unclear at this stage’. Y, en cualquier caso, una intervención ‘humanitaria‘ no justifica la anexión de una parte del territorio de un país soberano ni la represión, paradójicamente, de una minoría como la tártara de Crimea.
Siendo conscientes de que Ucrania ha sido víctima de una agresión, de una invasión militar que ha costado la vida ya a unos diez mil ucranianos, el desplazamiento de cientos de miles de personas y el sometimiento de una parte de ellos a las despóticas autoridades putinistas (¿hemos olvidado ya el clamor internacional por el encarcelamiento del cineasta Oleg Sentsov, a favor del cual, Pedro Almodóvar, hizo una petición directa a Putin?) parece lógico entender que un ciudadano de dicho país quiera participar en la resistencia de la manera que mejor pueda.
La ciudad de Dnipro, de donde es el equipo de Roman, está a tres horas del frente. La guerra se respira en la ciudad. Se hace notar en las colas para donar sangre en el hospital provincial Mechnikova, en los helicópteros que llevan a los heridos, en las numerosas organizaciones de voluntarios que recaudan fondos, cosen, cocinan, compran ropa, comida y medicinas para llevar al frente. Pongamos un ejemplo: ¿necesita una unidad sacos de dormir para los soldados? Nadie espera que las autoridades se los suministren, sino que son organizaciones de voluntarios las que se ocupan de recaudar dinero, adquirirlos y llevárselos a los chicos. Entre estas asociaciones, se encuentra el ‘Ejército Popular’, el que apoya Roman Zozulya, que no es una unidad paramilitar ni política, sino la reunión de unos ciudadanos conscientes de que su país ha sido invadido y de que su futuro se encuentra condicionado y lastrado por este drama.
La propaganda rusa, sobre cuyos devastadores efectos está tomando la UE tanto conciencia como, aún, tímidas medidas, es capaz de acusar a Ucrania, a la vez, de ser nazi y judía, de estar dominada por Soros y de estar construyendo una suerte de III Reich… Y la variada audiencia europea occidental, desde los sectores más ultraderechistas a los más ultraizquierdistas, jalean y reproducen las consignas según sus inclinaciones. Quizá no les falte algo de razón: Ucrania ha sido testigo de la formación de unidades como el Batallón Azov y, a la par, del batallón Dniéper, patrocinado por el empresario y gobernador local de origen judío Igor Kolomoisky, como ha sido testigo de la detención en Crimea de un destacado militante antifascista, Alexander Kolchenko, o de cómo el partido Svoboda se quedaba fuera del parlamento ucraniano aún en tiempos de exaltación nacionalista. Supongo que, todo esto, no es sino reflejo de la pluralidad política e ideológica existente en Ucrania, pluralismo y diversidad que en el régimen de Putinbrillan por su ausencia y cuya reivindicación cuesta la cárcel, una dosis de cianuro o una de plomo (v. gr. Boris Nemtsov).
En definitiva, Ucrania es un país de pasiones y un país apasionante que, para su desgracia, está en el punto de mira del mundo, del que hablan muchos, pero que apenas se conoce: por eso, podemos afirmar que Zozulya ha sido víctima de la ignorancia que es tan atrevida que puede arruinar la carrera o la vida de una persona y su familia.
– Tetiana Hunko es directora del Centro Ucraniano-Hispano de Lengua y Cultura de la Universidad Nacional Minera de Dnipro y Premio Internacional al Desarrollo del Hispanismo en el espacio postsoviético por la Universidad de Cádiz.
– Bohdan Chuma es director del Programa de Enseñanza e Investigación Estudios Ibéricos de la Universidad Católica Ucraniana de Lviv.
Publicado con el permiso de Tetiana Hunko
Fuente: El Confidencial, 09.02.2017