Marc Marginedas para Estudios de Política Exterior
La narrativa rusa de la guerra en Siria mezcla hechos reales con falsedades y contradice radicalmente la visión mayoritaria del conflicto de la opinión pública occidental.
Iguil es una palabra que se repite constantemente en las coberturas que realizan los canales federales rusos cuando difunden noticias sobre la guerra de Siria. Traducido al castellano, equivale a ISIS, acrónimo con el que se identifica comúnmente al grupo ultrarradical Estado Islámico (EI). Se trata de un nombre conocido por la inmensa mayoría de la ciudadanía rusa, que de forma automática y sin matices, lo identifica con el terrorismo. Hasta tal punto Iguil es sinónimo de violencia y destrucción en este país que la legislación rusa exige que cada vez que se menciona su nombre públicamente, el medio de comunicación concernido añada la aclaración, en forma de apostilla, de que se trata de un grupo “prohibido” por el gobierno en todo el territorio nacional.
Cuando Rusia inició su campaña de bombardeos en el país árabe, en septiembre de 2015, no había crónica o entradilla informativa televisiva en la que no apareciera el término Iguil en una o varias ocasiones. Las agencias estatales de noticias en Moscú no tardaron en seguir la estela de sus colegas en los medios audiovisuales, incluso meses después de que las primeras bombas rusas comenzaran a caer sobre suelo sirio, cuando ya había quedado claro, a ojos de todos los observadores, que la destrucción del EI no figuraba entre las prioridades de la misión rusa. Con motivo del primer aniversario del inicio de la operación militar rusa, la versión en inglés de Sputnik encabezó una sección recopilatoria de artículos con un elocuente titular: “Rusia versus ISIS en Siria”. La palabra “terrorismo” también aparecía en un lugar destacado en varios titulares de los textos difundidos bajo el contundente epígrafe.
Desde el principio de la intervención militar en Siria, Rusia ha querido colocar bajo un mismo paraguas a cualquier grupo opositor enfrentado al régimen de Bashar al Assad, su aliado en Damasco, amalgamándolos y etiquetándolos bajo el infausto acrónimo Iguil. Los medios de comunicación patrocinados por el Estado ruso han transmitido a sus audiencias un mensaje sin matices, en términos absolutos, de blanco y negro, y que se resume en que el país está librando en Siria una guerra contra un tipo de terrorismo sin precedentes. Identificar al objetivo de los bombardeos rusos con el nombre del grupo más extremista, cuyas siglas y barbáricas acciones ya eran, en septiembre de 2015, de sobra conocidas, tanto en el interior como en el exterior del país, reforzaba sin matices esa versión del conflicto que se impulsaba desde el Kremlin.
Sin embargo, la realidad sobre el terreno mostraba un panorama mucho más complejo del que se transmitía desde Moscú. Al igual que hizo la aviación de Damasco durante las primeras fases de la guerra siria, los aviones rusos concentraron sus acciones militares en las provincias de Idlib, Hama y Alepo, lugar de donde el EI había sido expulsado a finales de 2013 y principios de 2014 y donde actuaba una pléyade de grupos rebeldes, desde moderados a extremistas, aunque eso sí, todos ellos opuestos al régimen de Al Assad, el aliado de Moscú. En cambio, Raqqa, la capital del autoproclamado califato, y todo el valle del Éufrates hasta la frontera con Irak, preferente espacio de expansión para las huestes de Abu Bakr al Baghdadi, permanecieron, en líneas generales, al abrigo de las acciones militares rusas…
Con el permiso del autor
Fuente: Marc Marginedas para Estudios de Política Exterior