Nacido en Kiev, criado en Londres y formando en Rusia, retrata a Rusia como una dictadura postmoderna en ‘Nada es verdad y todo es posible’. Con Peter Pomerantsev habló el corresponsal de El Mundo, Xavier Colás.

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Peter Pomerantsev fue un día un occidental cegado por la vibrante Moscú, «pero después me convertí en un ruso cínico al ver cómo el sistema estaba enfermo». Ambas identidades estuvieron siempre en su sangre. Nació en Kiev en 1977 , sus padres se exiliaron a Londres en 1979 y él acabó estudiando en Rusia. Ladecepción le ha servido para escribir un éxito editorial que pronto verá la luz en castellano, ‘Nada es verdad y todo es posible’, un ensayo en el que retrata a Rusia como una dictadura postmoderna donde es el Kremlin el que produce una realidad distinta cada momento para consolidar su poder.

P. Usted ha escrito que la televisión rusa no refleja la realidad: la crea.

R. Cambian la agenda cada momento. La gente se manifiesta contra la corrupción en la calle, pero entonces ellos presentan una ‘guerra’ contra Occidente. Y vuelta a empezar.

P. ¿Y cómo esconder la actual crisis económica?

R. El mensaje es: si queréis iros, fuera. A diferencia de otros países, no necesitan a la clase media. Están creando ejércitos privados, como la Guardia Nacional. Si alguien intenta algo, ya sabemos lo que hay. Cuanto peor sea la crisis más falta harán guerrasen el extranjero: Siria, los Bálticos… En la élite están paranoicos. No están tranquilos, por eso no dejan en paz a los medios o a la oposición. Saben que eso del 80% de apoyo a Vladimir Putin es falso. No son estúpidos.

P. Pero sigue siendo el político más valorado.

R. Hay miedo. Putin sabe que la gente ha de estar de acuerdo con su manera de gobernar, pero sabe que el miedo también es necesario. Ahí están las farsas judiciales, acusaciones de quintacolumnismo, ejércitos privados, leyes contra el extremismo… Cosas para intimidar a la gente. Todos los regímenes autoritarios son iguales: cuando el modelo económico empieza a fallar, se apoyan en la propaganda y los servicios de seguridad. Y habrá más de esto.

P. ¿Puede la propaganda belicista volverse contra Moscú?

R. La propaganda militar, por ejemplo sobre Ucrania, habla de sacrificio. Pero lavoluntad de sacrificio es muy baja en Rusia. Se vende la idea de que hay una guerra por allá, pero sin riesgo para las personas. No creo que una sociedad tan pasiva esté lista para el sacrificio. Eso sería un gran cambio, que hubiese agresividad. Pero cuidado. Lo han dicho expertos militares: cuando un país no deja de jugar a la militarización, normalmente al final termina teniendo una guerra. No sé donde. Pero Putin necesita conflictos para seguir adelante.

P. ¿No percibe algún deseo de cambio entre los más jóvenes?

R. Creo que las nuevas generaciones también son cínicas. Pero lo que hace Putin no es la clásica propaganda, es ideología negativa: decir que estamos corrompidos, pero que también lo está el resto del mundo.

P. Por eso los ‘Papeles de Panamá’ no han hecho daño a Putin ni a la élite rusa.

R. Exacto: todos corruptos, nosotros y ellos. Y ha funcionado bien. Se asume que tampoco se puede confiar en lo de fuera, que la BBC no es de fiar, que Occidente es mucho peor de lo que parece… La idea que tiene que calar es que no hay alternativa ni esperanza. Si ves la tele rusa te queda claro que todo es una conspiración sin fin: América, Siria, Turquía, George Soros… Cambia todo el rato, no hay estabilidad, no puedes confiar porque la vida está en manos de fuerzas que no controlas. Y esto es cómodo para la gente, porque si todo es una conspiración mundial, entonces no es culpa tuya que tu país vaya mal.

P. Y la oposición no ha podido con ello.

R. Hicieron eso mismo con el opositor Alexei Navalny cuando empezó a sacar casos de corrupción. Por un lado, en las televisiones empezaron a decir que estaba manejado por la CIA. Pero luego, en las redes sociales, se expandieron rumores de que Navalny era un proyecto del Kremlin, para destruir así también la confianza de los liberales. El objetivo es que nadie crea en nada y que se dé cuenta de que nada se puede cambiar.

Fuente: El Mundo