Fuente: Centro de Comunicaciones Estratégicas y Seguridad de la Información
Del 15 al 17 de marzo se celebrarán ‘elecciones’ presidenciales en Rusia. No se esperan sorpresas: Putin será declarado ganador, prolongando su gobierno hasta 2030. En octubre del año pasado, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa pidió a los Estados miembros del Consejo de Europa que reconocieran a Putin como ilegítimo después del final de su mandato actual. ¿Pero se atreverá la comunidad internacional a dar ese paso?
Votar en la ocupación
Hay motivos más que suficientes para reconocer que las próximas ‘elecciones’ rusas son nulas y sin valor. Empecemos por el hecho de que la votación continuará en los territorios temporalmente ocupados de Ucrania: en Crimea, así como en las zonas ocupadas de las regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia. La resolución de la Comisión Electoral Central de Ucrania del 7 de julio de 2023, adoptada en relación con las intenciones de los ocupantes de celebrar ‘elecciones’ en los territorios ocupados en septiembre pasado, proporciona una descripción jurídica completa de las acciones del Kremlin:
«La ausencia de poder soberano en la Federación de Rusia sobre los territorios ucranianos no permite al Estado ocupante designar y celebrar elecciones legítimas en ellos, y todas las elecciones designadas por el Estado agresor fuera de su jurisdicción, en violación de la soberanía, la independencia política y territorial integridad de Ucrania, las elecciones en estos territorios son ilegítimas».
El Kremlin no sólo está interesado en celebrar ‘elecciones’ en los territorios ocupados como medio para su integración en la Federación Rusa; en estas regiones pueden vivir unos 6 millones de votantes potenciales, los cuales podrían ser utilizados para «pintar» una victoria convincente de Putin.
Desde 2014, se ha acumulado suficiente evidencia de que son los territorios ocupados los que el Kremlin utiliza para las maquinaciones más descaradas. Por ejemplo, en septiembre de 2023, en la región de Jersón los ocupantes anunciaron que más del 65% de los votantes participaron en el Día único de votación (que en realidad duró tres días). Sin embargo, como afirmó el jefe de la organización regional de Jersón del Comité de Electores de Ucrania, Dementiy Bily, «los ocupantes ni siquiera pudieron mostrar una imagen del proceso electoral». Además, las autoridades de ocupación utilizan ampliamente la presión administrativa y la intimidación de los «votantes», por no hablar de la falsificación elemental de los resultados.
No hay duda de que todo esto volverá a suceder en marzo de 2024. Por ejemplo, en diciembre de 2023, el Ministerio de Defensa de Gran Bretaña, refiriéndose a datos de inteligencia, afirmó lo siguiente:
«Es casi seguro que las autoridades rusas consideran una prioridad lograr los resultados ‘correctos’ en estas regiones, ya que quieren crear la impresión de legitimidad para la invasión rusa. Es casi seguro que la administración rusa utilizará métodos como un fraude electoral y la intimidación de los votantes para garantizar que el presidente ruso, Vladimir Putin, gane en las regiones por amplios márgenes”.
Cimentando la dictadura
En cuanto a la propia Rusia, las ‘elecciones’ de marzo serán otra etapa en la formación del régimen dictatorial de Putin, que dura casi un cuarto de siglo. Según la Constitución de la Federación de Rusia de 1993, una persona no tenía derecho a ocupar el cargo de presidente durante más de dos mandatos seguidos. En 2008, este ‘problema’ se resolvió llevando a cabo la operación ‘el Sucesor’: hasta 2012, el «tándem» de Medvedev y Putin gobernó Rusia. Los preparativos para el regreso de este último a su puesto comenzaron en 2008, cuando el mandato presidencial se amplió de 4 a 6 años, y los cambios debían surtir efecto ya para el sucesor de Medvedev, es decir, Putin.
La legalización de la dictadura personalista de Putin terminó en 2020, durante su cuarto mandato presidencial. Luego se hicieron «enmiendas» a la constitución de la Federación de Rusia, que, en particular, le permitieron presentarse nuevamente a las elecciones. La «reforma constitucional» rusa fue criticada por la Comisión de Venecia y el Parlamento Europeo declaró ilegales los cambios; no obstante, todo ya fue hecho: Putin obtuvo la oportunidad de permanecer en el poder hasta 2036, es decir, de por vida (hoy el dictador ruso tiene 71 años).
Pero la dictadura no se construyó sólo mediante las manipulaciones legales descritas y falsificaciones durante las elecciones y referendos. Al mismo tiempo, la Federación Rusa estaba limpiando los campos político y mediático, además de reprimir los brotes de la sociedad civil. En lugar de verdaderos candidatos de la oposición, a Putin siempre se le opuso un rival-compañero leal; mientras tanto, figuras políticas y públicas que al menos en teoría podrían alterar el status quo se vieron obligadas a emigrar, sometidas a represión o incluso destruidas físicamente. Esta vez, el Kremlin decidió ni siquiera intentar a fingir una apariencia de competencia electoral: Boris Nadezhdin —que se posicionaba como una alternativa liberal a Putin— recientemente fue retirado de las elecciones.
Hoy en día, el Kremlin dispone de todo un arsenal de herramientas represivas que le permiten tratar instantáneamente con los disidentes, como las infames leyes sobre agentes extranjeros, «fakes» sobre el ejército ruso, etc. Por ejemplo, en noviembre de 2023, la artista rusa, Aleksandra Skochilenko, fue condenada a 7 años de prisión por colocar cinco folletos pacifistas en lugar de etiquetas de precios en un supermercado. Según cálculos de analistas independientes, en el período 2018-2022 se aprobaron 50 leyes represivas en Rusia, y después del inicio de la invasión a gran escala de Ucrania, 38 más. Y estas leyes se aplican activamente: según el Centro de Derechos Humanos Memorial —prohibido en Rusia en diciembre de 2021—, hoy en Rusia hay más de mil presos políticos y personas perseguidas por sus creencias religiosas.
Entonces, la dictadura de Putin es un hecho real. El reconocimiento internacional de las próximas ‘elecciones’ en Rusia será una señal de que el mundo está dispuesto a aceptarlo como un hecho. Esto alentará a Putin a llevar a cabo sus intenciones criminales tanto dentro de Rusia como en el extranjero, e inspirará a otros líderes autoritarios de todo el mundo.
Liberación de las ilusiones
Por supuesto, el no reconocimiento de las elecciones rusas requerirá que la comunidad internacional revise a fondo su estrategia hacia la Federación Rusa. Durante mucho tiempo, el establishment político occidental abrigó la esperanza de que el régimen de Putin tarde o temprano colapsaría debido a la resistencia de la sociedad rusa. Estas esperanzas alimentaron las protestas de 2011-2012, que comenzaron con manifestaciones masivas en la plaza Bolotnaya de Moscú. Sin embargo, esto no condujo entonces a cambios reales. Y ya en 2014, Putin sumió a los rusos en la «euforia de Crimea», que fortaleció la lealtad al régimen y se convirtió en un pretexto político para intensificar la represión contra los disidentes. El asesinato de Boris Nemtsov en 2015 se convirtió en un símbolo del colapso final de las esperanzas de principios de la década de 2010. Pronto, Occidente extrapoló sus esperanzas a otra figura rusa: Aleksey Navalny, quien en 2017 comenzó a ganar popularidad como luchador contra la corrupción. Sin embargo, su destino es bien conocido: en 2021 fue encarcelado y sus seguidores no lograron sacudir a la sociedad rusa. (El artículo fue publicado dos días antes del informe sobre la muerte de Navalny, ed.)
Ni siquiera una invasión a gran escala de Ucrania sacudió al régimen de Putin. Por el contrario, el mundo vio cuán pasiva (o leal) es la mayoría rusa, que está dispuesta a soportar humildemente el peso de las sanciones y de la guerra. Los miembros de la oposición, la mayoría de los cuales emigraron fuera de Rusia, mostraron una total incapacidad para influir en los procesos en su país y algunos de ellos no tenían una percepción adecuada de la realidad. Por ejemplo, en abril de 2022, el mismo Navalny pidió a Occidente que gastara dinero no en jabalinas para Ucrania, sino en publicidad dirigida a los recursos de la oposición rusa en las redes sociales.
En este sentido, el no reconocimiento de las ‘elecciones’ rusas (y, por tanto, el reconocimiento de Putin como un usurpador y de su régimen como una dictadura) será para Occidente un adiós simbólico a las ilusiones y falsas esperanzas sobre Rusia. Este será un paso importante hacia el reconocimiento de que la estrategia pasiva de esperar cambios positivos en Rusia ha fracasado y, además, ha tenido consecuencias trágicas, como el ataque de Rusia a Ucrania. Por lo tanto, Occidente necesitará un enfoque más eficaz y proactivo para enfrentar la amenaza global que plantea el régimen dictatorial de Putin.