Los medios de Putin crean una realidad paralela verosímil para mucha gente. En ellos, no importa lo que suceda en Rusia, porque en el resto del mundo siempre es peor. Aunque haya que inventárselo, escribe Javier Escalera para El Confidencial.
La Unión Europea ha legalizado el canibalismo, quiere convertir a todos los ciudadanos en gays y pedófilos, se enfrenta a una bancarrota inminente, o está basada en ideas nazis. No son teorías recogidas por algún blog de tres al cuarto, sino algunos de los contenidos presuntamente “serios” ofrecidos por los medios de comunicación promovidos por el Kremlin, que mezclan disparatadas ideas conspirativas con afirmaciones propagandísticas mucho más difíciles de contrarrestar. Como, por ejemplo, que Rusia no tiene tropas en Ucrania.
En estos medios, el líder sirio, Bashar Al Assad, ha pasado a ser un garante de la seguridad pese a que antes el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, era un sanguinario por causar bajas civiles. El ‘Brexit’, y ahora el duelo Trump-Clinton, ofrecen nuevos condimentos a este cocinado relato. «La verdad ha pasado a ser irrelevante», explica a El Confidencial el autor británico Peter Pomerantsev, que acaba de terminar un informe junto a Edward Lucas sobre cómo ganar la «guerra de la información».
Hace ya una década que Moscú se cansó de perder dicha contienda. Tras constatar la influencia en las redacciones de todo el mundo, a través de internet, de unos medios anglosajones históricamente hostiles a Rusia como heredera oficial de la URSS, el Kremlin se amoldó a las nuevas normas. Los rusos se adentraron así, con la creación de canales como Russia Today, en la búsqueda del llamado ‘poder blando’ que siempre que siempre les fue esquivo. Rusia empezó a transmitir un mensaje de grandeza y de disputa por el poder global. Pero, en muchas ocasiones, la realidad se quedó por el camino.
2014 fue el año en el que se demostró que después de las palabras vienen los hechos. Moscú desplegó sus soldados en Crimea, y Putin acogió a la península ucraniana en el seno de la Federación Rusa con un discurso sorprendente en el que se remitía a la vieja hermandad entre los pueblos que hablan la lengua rusa, separados por las fronteras dibujadas por la turbulenta e injusta historia del siglo XX. Novorrosiya necesitaba un salvador.
En Simferopol, la capital de la península de Crimea, se retiró la bandera ucraniana en aquel mes de marzo. Los canales rusos difundían que columnas de nazis se dirigían hacia esas zonas costeras tras el cambio de régimen que había acontecido en Kiev. El sol empezaba a calentar el olvidado asfalto de las calles, llenas de baches a pesar de ser un oasis turístico.
«Nuestros contenidos gustan»
Esos días en Donetsk crecían las protestas ante lo que consideraban un golpe de estado en Kiev. Pero ni en un sitio ni en otro había oído la gente hablar de Novorrosiya (Nueva Rusia), ese término tomado de los tiempos de los zares con el que Putin se refirió a los territorios vecinos en Ucrania. De repente apareció una bandera, capítulos en los libros de historia y hasta una agencia de prensa que se sigue refiriendo al gobierno de Kiev como «junta», pese a que los partidos de ultraderecha cosecharon unos malísimos resultados en las elecciones parlamentarias.
Daba igual. En Rusia creció la aprobación de Putin. Con la guerra en el este de Ucrania, la polarización se acentuó, y los medios rusos transformaron el sufrimiento de la población civil del país vecino en combustible patriótico contra Europa.
Ucrania, que en ocasiones padece similares fiebres nacionalistas, ha lanzado iniciativas para separar de una vez la verdad de la mentira. Alina Mosendz está a cargo de la edición en español de una de esas plataformas, Stopfake.org, donde se dedica a denunciar las deformaciones de los medios rusos. «La campaña propagandística del Kremlin contra Ucrania fue lanzada en los tiempos de las protestas en Maidán, y una de mentiras más conocidas en la televisión rusa Pervy kanal fue un ‘testimonio’ sobre la crucifixión de un niño en el verano de 2014».
En su informe ‘La amenaza de la irrealidad’, Pomerantsev recuerda cómo el ministro de Comunicaciones ruso, Alexei Volin, al ser preguntado por esta historia inventada, no defendió la versión rusa ni pidió disculpas. Simplemente glosó las bondades de la campaña mediática que habían llevado a cabo: «A la gente le gustan los contenidos que ofrecemos, nuestra audiencia se ha multiplicado», respondió.
En Ucrania muchos creen que el marcador está de momento muy descompensado. «Ahora las falacias y la manipulación siguen, pero dependen de los temas y acontecimientos que ocurren: si toca el Brexit, entonces salen un montón de noticias diciendo que todos los países quieren abandonar la UE, y no mencionan que en realidad se trata de los grupos derechistas de uno u otro país», explica Mosendz.
Ideología negativa
La clase media de las ciudades rusas ha empezado a distanciarse de este modelo, pero el gobierno mantiene buenas perspectivas electorales de cara a los comicios parlamentarios de septiembre. «Los gobiernos necesitan a la clase media, pero en Rusia no tanto», dice Pomerantsev.
Pero el control de los medios estatales sigue siendo férreo. «Putin sabe que ese 80% de respaldo no es real, por eso están siempre tan paranoicos», dice el autor británico, hijo de ucranianos exiliados. «Putin es como un matador de toros, y el toro es la realidad, pero al final la realidad le cogerá», apunta. Aunque nadie sabe cuándo sucederá.
Han pasado dos años e incluso en Moscú la gente ha empezado a olvidar qué es Novorrosiya. Anexionada ya Crimea, y descartada de momento la idea de sumar nuevos territorios, el presidente ruso hace tiempo que guardó ese término en el cajón. Lo mismo ha pasado con los llamados ‘papeles de Panamá’. La élite rusa ya ha digerido el golpe de que se supiese que sus integrantes tenían dinero escondido en el extranjero.
«No es propaganda clásica, es ideología negativa: estamos corrompidos, pero también el resto del mundo», dice Pomerantsev. Todo esto se ve reforzado por la eterna idea de que existe un complot internacional contra Rusia: «Si crees en una conspiración mundial todo es más cómodo: tu país no mejora pero no es culpa tuya, y además no hay razón para intentarlo, porque no hay posibilidades de cambiar hagas lo que hagas».
Fuente: El Confidencial