Escrito por Edward Lucas, para CEPA
Edward Lucas cose juntas la “chula” ropa soviética y la incapacidad del Kremlin para lidiar honestamente con la historia.
No es chulo tener recuerdos nazis. Si tapas tu nariz y buscas en Internet, puedes encontrar banderas, camisetas y pegatinas que conmemoran el Tercer Reich en venta en tiendas que también venden encendedores con temática pagana y artículos del Ku Klux Klan. No obstante, ninguna tienda de buena reputación podría exponer dicha mercadería.
Sería razonable suponer que los símbolos del régimen soviético asesino y totalitario también deberían ser rechazados. Adolf Hitler y Josef Stalin fueron aliados hasta el ataque sorpresivo del régimen nazi contra la Unión Soviética en junio de 1941. En el pacto infame de Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939, los dos regímenes dividieron el mapa de Europa entre ellos, haciendo de una gran porción del continente una “picadora de carne”. Una búsqueda en Internet proporciona imágenes de las fuerzas nazis y soviéticas desfilando alegremente y saludándose mutuamente sobre el cadáver de Polonia.
Sin embargo, el comerciante más grande del mundo, Walmart, tiene “chulas” camisetas con el emblema soviético —la hoz y el martillo— por 19.99 de dólares estadounidenses. (Estas prendas se encuentran entre los 162 productos de temática soviética realizados por Buy Cool Shirts, otra empresa de los EE. UU.)
Las propias reglas de Walmart prohíben la venta de productos relacionados con «cualquier evento histórico o noticioso» que pueda considerarse «ofensivo». El asesinato masivo, la deportación, la tortura, la persecución religiosa y la destrucción de países enteros bajo décadas de ocupación militar son ciertamente eventos históricos, y seguramente cumplirían con cualquier definición razonable de ser «ofensivos».
El ministro de Relaciones Exteriores de Lituania, Linas Linkevičius, instó a Walmart a que deje de vender estas camisetas: «Confiamos en la postura moral y la llamada de Walmart para retirar los productos con los símbolos de los asesinatos masivos», tuiteó.
Solo en su país, la persecución soviética mató a 50 mil de personas en el período 1944-1953; otros 20 mil lituanos perecieron en una guerra partidista contra los ocupantes soviéticos.
Tarde o temprano, los momentos horribles se desvanecen en el pasado. Pocos objetarían las referencias jocosas a la Inquisición española. Pero el Vaticano moderno no está tratando de restablecer el pensamiento clerical de la policía, ni de usar la tortura contra los herejes. En el caso del imperio soviético, las heridas históricas aún son sangrientas, y el resurgimiento del imperialismo ruso es un peligro existente grave.
Otros países, que sufrieron en manos soviéticas en el pasado, y aquellos que temen ahora la agresión rusa, deberían unirse a la protesta lituana. Lo mismo deberían hacer sus aliados.
Pero lo más sorprendente y clave está más profundo: la relación ambigua de Rusia con su pasado soviético, y la indulgencia del mundo exterior. Vladimir Putin calificó el colapso de la Unión Soviética como una «catástrofe geopolítica» del siglo pasado. Rusia hace poco reveló secretos de los atrocidades de la Unión Soviética (libros como el «Archipiélago Gulag» de Alexander Solzhenitsyn se encuentran disponibles fácilmente). Pero lo que hace es una relativización de los hechos y eventos. Sí, Stalin hizo cosas malas y cometió terribles errores, dicen. Sí, la economía planificada terminó en colapso, dicen. Pero la Unión Soviética fue un gran país, argumentan. Modernizó su economía y la sociedad contra grandes obstáculos, y derrotó a la Alemania nazi y sus aliados. Muchos en Occidente, por sentimiento o por ignorancia, consideran que este enfoque está al menos en parte justificado.
Esta falla en tratar honestamente con la historia alimenta el actual conflicto de Rusia con Occidente. El colapso del régimen soviético fue una liberación o una derrota; no puede ser ambos. Si es una derrota, entonces la narrativa moderna rusa de humillación y desposeimiento tiene sentido. Occidente amonestó a los heridos. Ahora está cosechando las frutas.
Si, por el contrario, 1991 fue una liberación gozosa para Rusia, entonces la pregunta es cómo el Kremlin heredó y traicionó ese legado. Intenta poner eso en una camiseta.
*En el momento de escribir, Walmart no ha respondido a una carta de queja del embajador de Lituania en los Estados Unidos; su equipo de prensa no había respondido a mis preguntas tampoco.
Escrito por Edward Lucas, para CEPA