Ahora mismo, gente secuestrada y recluida en sótanos, garajes, conductos de canalización y jaulas para perros está perdiendo la última esperanza de poder sobrevivir.
Según los datos oficiales, 130 personas se encuentran secuestradas y recluidas en el territorio ocupado de Donbas. Entre ellas hay tanto militares como civiles. Según la información proporcionada por los voluntarios que se encuentran trabajando para encontrar a los desaparecidos y secuestrados, el número de víctimas puede ser exponencialmente mucho mayor. Todas estas personas tenían que haber sido liberadas después de la firma de los tratados de Minsk, cinco días a más tardar después de la retirada de las armas, hecho que tenía que haber ocurrido hace ya diez meses. Tenían que haber celebrado las fiestas del Año nuevo y la Navidad en casa.
Precisamente el cumplimiento de la liberación de los prisioneros junto con el alto el fuego bilateral no se tenía que haber aplazado. La mayoría de las cárceles en el territorio ocupado de Donbas no cumplen las condiciones mínimas. Son totalmente inadecuadas incluso para detenciones breves ya que se sitúan en sótanos abandonados. Son auténticos centros de tortura, en los que se sacan confesiones a golpes y se propinan numerosas palizas. Según los datos aportados por la Coalición “Por la paz y justicia en Donbas”, se puede constatar que el 86% de los militares y la mitad de los civiles han sufrido torturas y han sido sometidos a brutales prácticas.
La conclusión es desalentadora: cada día puede ser el último para alguno de los secuestrados. Francia y Alemania, participantes del cuarteto de Normandía, tenían que haber sido los primeros colaboradores de Ucrania. Y durante las complicadas negociaciones deberían exigir a Rusia y creadas por ella “Repúblicas” la liberación inmediata de personas secuestradas. Además, todos los países democráticos, los que declaran fidelidad a los derechos humanos, deberían sacar el tema de la guerra ruso-ucraniana, a la que se sigue refiriendo en el mundo como “Crisis ucraniana”.
El llamamiento de la comunidad internacional “para liberar a los rehenes” debe ser tajante. Los acuerdos de Minsk no se han cumplido. Cuando sean cumplidos los otros acuerdos, se desconoce. No se puede poner la vida de 130 personas a depender de las elecciones, a través de las cuales Rusia quiere poner bajo su control los territorios ocupados y que Ucrania lo respete. Tampoco pueden depender de la amnistía total “en relación con los acontecimientos que se produjeron en algunas zonas de las regiones de Donetsk y Lugansk de Ucrania”. Ni se puede ir en contra de las disposiciones del derecho internacional humanitario quitando responsabilidad al criminal de guerra “Motorola”(apodo de un criminal de guerra ruso y mercenario en Donbas) quien personalmente con sus manos mata a los prisioneros.
La prerrogativa de los terroristas es mantener con vida a los rehenes cumpliendo con los acuerdos. Sin embargo, la práctica común en el mundo es que muy poca gente lleva negociaciones con los terroristas.
De qué clase de “elecciones democráticas” en los territorios ocupados y su cobertura en los medios de comunicación podemos estar hablando cuando la periodista de Lugansk, María Varfolomeyeva lleva ya un año en cautiverio acusada con falsas pruebas. La última vez que se supo de ella, fue cuando los “colegas” rusos la mostraron en una entrevista totalmente agotada y llorosa en mayo del 2015. En general, los “periodistas” rusos a menudo optan por grabar testimonios forzados de rehenes que bajo la amenaza de seguir siendo torturados confiesan ser colaboradores de combates, francotiradores del “Sector derecho” (Praviy Sector, en ucraniano) o quien sea.
Mientras que los diplomáticos intentan buscar una solución diplomática mediante las numerosas reuniones de grupos de contacto en los sótanos, garajes, alcantarillados y escotillas de perros la gente pierde toda esperanza de supervivencia.
Y lo peor de todo, es que en este momento la siguiente persona es llevada a la habitación para el interrogatorio. “Me acuerdo de que toda la habitación estaba manchada de sangre seca, tanto el suelo como las paredes. Me estuvieron pegando entre cuatro. Por todo el cuerpo. Sobre todo, con los pies en el pecho. Me desperté en otra habitación. Se trataba de un viejo frigorífico. El suelo era de baldosa. Yo estaba sobre el suelo. Apareció un paramédico. Me cortó las gomas con las que me ataron las manos.
De vez en cuando se abría el frigorífico. Entraban algunas personas, quiénes eran no lo sé, y me daban puntapiés para comprobar si estoy vivo. No me daban de comer. Agua tampoco y tampoco me llevaban al baño. El frigo era hermético. Solo había oxígeno para unas horas. No había luz en absoluto. Así permanecí durante tres días”.
Este trato tan inhumano no solo lo sufrían los hombres. Los testimonios de rehenes liberados demuestran que el sexo, la edad, el estado de salud en muchas ocasiones no tenían ninguna importancia. “Yo les suplicaba no pegarme, les decía que estaba embarazada. Ellos me contestaban que “muy bien, de esta manera se morirá el bebé Ukrop”. Nos pegaban con cualquier cosa: armas, piernas, chalecos antibalas que nos requisaron. Nos pegaban en cada parte de nuestro cuerpo. En mí apagaban las colillas.
Como yo miraba y gritaba cuando pegaban a los demás, me vendaron los ojos con cinta aislante. En ese momento, yo estaba embarazada de tres meses. Como consecuencia de las palizas, empecé a sangrar”.
Todos los rehenes tienen un nombre. Oficialmente son 130 personas. Sin embargo, si tienen o no futuro, depende de las decisiones políticas y de la postura activa del mundo democrático. Y sí, son ucranianos. No son ni alemanes ni franceses. ¡Todos los seres humanos nacemos libres e iguales!
Ayúdanos a que vuelvan vivos. Los esperamos en casa.
Traducción de An Dory
Fuente: Con Ucrania