La opinión por Nicolás De Pedro, el investigador principal en CIDOB.
La versión resumida está publicada con el permiso del autor, lee más en El País.
Las guerras ya no se declaran, lo virtual es tan relevante como lo físico y las batallas se producen cada vez más en el espacio informativo.
La desinformación representa un grave desafío para las democracias europeas. Y ahí es donde irrumpe una Rusia que, convencida desde hace años de afrontar una amenaza existencial proveniente de Occidente, ha decidido apostar fuerte en el frente de lo que denomina “guerra de la información”. Paradójicamente, el Gobierno ruso cree que simplemente reacciona y hace probar a Europa y EEUU su propia medicina. De ahí que los estrategas rusos hayan conceptualizado la llamada “guerra no lineal” y que aquí se ha popularizado como guerra híbrida. Debilitar a la UE y la OTAN es, pues, un objetivo prioritario. Y qué mejor manera que hacerlo operando desde dentro de cada uno de los Estados miembros aprovechando, de forma pragmática y desideologizada, cualquier crisis o vulnerabilidad.
Y lo hemos visto por toda Europa en múltiples ocasiones en los últimos años, de los países nórdicos a Francia, España o Alemania pasando por el laboratorio ucraniano. Así por ejemplo, cuando todos los indicios apuntaban a la insurgencia rusa como responsable del derribo del vuelo MH17 en julio de 2014 en Ucrania, rápidamente la maquinaria rusa puso en circulación docenas de hipótesis alternativas. Algunas de ellas absolutamente delirantes, pero no importa lo absurdas que fueran, el objetivo no era convencer sino generar el suficiente ruido y confusión que induzcan a pensar que, sencillamente, no era posible determinar quién derribó realmente el avión.
La maquinaria de desinformación rusa ofrece productos sofisticados y adaptados a cada audiencia objetiva. Rusia, por ejemplo, alimenta tanto a la izquierda populista como a la derecha xenófoba. En el plano táctico, han proliferado diversas iniciativas –entre ellas el East Stratcom de la UE– para monitorizar y denunciar las noticias falsas y ofrecer información veraz. Pero esto, aun siendo necesario, es solo parte de la solución y acarrea dilemas, ya que siempre será más sencillo y barato saturar un entorno con información falsa que desmentirla y además implica que quien desinforma marca la agenda. Pero qué hacer en el plano estratégico sigue resultando incierto. Pregunta, de momento, sin respuestas evidentes.
Autor: Nicolás de Pedro
Fuente: El País