Autor: James Breiner
Los medios tradicionales hicieron un pacto con el diablo cuando recurrieron a las redes sociales y a la optimización de los motores de búsqueda para conseguir audiencias e ingresos digitales.
Contrataron a «community managers» para elevar su perfil en Facebook, Twitter, Instagram y otras redes similares. Etiquetaron sus artículos para que encabezaran los resultados de los buscadores.
El lado diabólico del trato fue que los medios éticos intentaron vender credibilidad e información verificada –hechos– dentro de un turbulento océano de emociones. En las redes sociales, los sentimientos son más importantes que los hechos. La gente quiere contar quién es y en qué cree. A las personas «les gusta» compartir lo que refuerce su visión de quiénes son y con qué están de acuerdo. Las emociones predominan sobre los hechos.
Los artículos que son populares y compartidos treparán a la parte superior de los resultados de Google y de otros motores de búsqueda. Es fácil compartir o gustar de algo que refuerza tu visión de quién eres.
Malinterpretar los datos
Las ideas post-electorales que están en boca de muchos periodistas de que Facebook y otras redes sociales deberían ser verificadas, y de que las noticias falsas deberían ser eliminadas de las redes, demuestran que quienes piensan así no comprenden la dinámica de los nuevos medios.
Craig Silverman, periodista de investigación que se especializa en la verificación de información en internet, escribió sobre cómo las noticias falsas superaron a las verdaderas en Facebook durante los últimos tres meses de la campaña electoral.
Muchos colegas han argumentado que las noticias falsas ayudaron a Trump a ganar las elecciones. Pero están confundiendo el síntoma con la enfermedad.
El surgimiento de noticias falsas tiene que ver más con la disminución de la relevancia de los medios de comunicación tradicionales, en tanto empresas (Google y Facebook se han quedado con sus ingresos publicitarios) y además como fuentes de información creíbles.
Quienes consumen medios como yo lo hago (soy suscriptor del New York Times, del Wall Street Journal, del New Yorker, y The Economist) vimos nuestras opiniones reflejadas en esas publicaciones. Lo que ignoramos es que ese tipo de medios impresos ya no son confiables para el público en general. A la gente no le importa lo que dice el New York Times.
En una encuesta del Instituto Reuters se le pidió a personas de 26 países que respondieran a la declaración «puedes confiar en la mayoría de las noticias, la mayor parte del tiempo”. El país que le dio la mayor credibilidad a los medios fue Finlandia, con un 65%, y el que menos fue Grecia, con un 20%. Alemania tuvo un 52%, Reino Unido un 50%, España un 47%, Japón un 43%, y los Estados Unidos un 33%.
Dado este nivel de desconfianza, debemos cuestionar la idea planteada por periodistas de Estados Unidos y Reino Unido de que los hechos “certificados” habrían cambiado el parecer de alguien respecto del Brexit, Hillary o Donald dentro del cuarto oscuro. Lo que es más, identificar la verdad es complicado, como señaló John Naughton en The Guardian.
Los medios de la gente
Los imperios mediáticos se han construido sobre la noción de que la gente quiere que la emocionen, la entretengan y la hagan sentir bien consigo misma. No de que la eduquen.
En agosto, John Herrman, del New York Times, publicó un artículo que demostró la irrelevancia de los medios tradicionales y su enfoque sobre los problemas y los hechos. Herrman mostró de qué manera los medios que existen solo en Facebook han estado influyendo en el discurso sobre la campaña política, tanto a la derecha como a la izquierda.
«Se trata de fuentes de noticias que esencialmente no existen fuera de Facebook, y probablemente nunca has oído hablar de ellas», escribió. «Tienen nombres como Occupy Democrats; El patriota enojado; Crónica de EE.UU.; Info Adictiva; RightAlerts; Ser liberal; Puntos de vista opuestos; Estadounidenses hartos; Noticias americanas, y hay cientos más».
Fue en esos espacios donde la gente conversó con sus amigos y decidió por quién votar. Las encuestas y los medios tradicionales se perdieron esa conversación o subestimaron su importancia.
La respuesta del periodismo
El profesor de periodismo Jeff Jarvis y John Borthwick ofrecieron algunas sugerencias sobre cómo Facebook y otras plataformas sociales deberían manejar las noticias falsas. Entre ellas, recortar los ingresos publicitarios a sitios obviamente apócrifos. Margaret Sullivan, del Washington Post, urgió a Facebook a contratar un editor ejecutivo para vigilar el tráfico. Jim Rutenberg, columnista de medios del New York Times, argumentó que si no se hace un esfuerzo agresivo para contrarrestar las noticias falsas, estas ahogarán a los hechos.
Buenas noticias: los medios tradicionales aún importan
El estudio del Instituto Reuters mencionado anteriormente, que se realizó antes del voto por el Brexit y de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, ofreció una visión más optimista acerca de la credibilidad de los medios tradicionales. «Nuestra investigación sugiere que incluso en la era de las redes sociales y de los medios atomizados, los medios y las marcas de noticias tradicionales siguen importando enormemente».
Y agregó: «Aunque los agregadores y las redes sociales son importantes puertas de entrada a las noticias, la mayor parte del contenido consumido todavía proviene de periódicos, emisoras o marcas digitales nativas que han invertido en contenido original. Cerca de los dos tercios de nuestra muestra en 26 países (69%) accede a la versión online de un periódico tradicional cada semana, y casi el mismo número (62%) accede al servicio online de una emisora de televisión».
Este artículo es una versión resumida del post publicado originalmente en el blog de James Breiner, News Entrepreneurs. Es reproducido en IJNet con permiso.
Fuente: IJNet