En un contexto de creciente inestabilidad socioeconómica, el régimen de Moscú devuelve el foco a la política doméstica y se refuerza para hacer frente a posibles protestas en el interior del país, escribe Jaime Gómez Ximénez de Sandoval para el semanal «Ahora».
Conversación con Polina Nemerovskaya, Borja Lasheras, Ilya Yashin y Peter Pomerantsev
Tras dos años plagados de aventuras bélicas en el exterior que han servido para apaciguar las tensiones internas, Moscú da muestras de haber iniciado un repliegue hacia la esfera doméstica cuando se cuentan 16 años de la llegada de Vladimir Putin al Kremlin. Frente a la inestabilidad socioeconómica acumulada por los bajos precios de la energía y las sanciones económicas establecidas por Bruselas, el régimen refuerza su posición interior para anticipar la posible materialización del descontento que reflejan unos índices de aprobación a la baja.
Para abordar este cambio de rumbo en Moscú, AHORA se reúne con un grupo de expertos en la sede del Consejo Europeo para las Relaciones Exteriores (ECFR) en Madrid. El anfitrión, Borja Lasheras, director adjunto de ECFR Madrid, nos recibe amablemente en su oficina para guiar la conversación con Ilya Yashin, Peter Pomerantsev y Polina Nemerovskaya. Yashin es uno de los líderes del partido opositor RPR-PARNAS y antiguo colaborador de Boris Nemtsov, político ruso asesinado en 2015. Peter Pomerantsev, periodista británico de ascendencia rusa, es autor del libro Nada es verdad, todo es posible: aventuras en la Rusia moderna, de próxima aparición en España y que revela las claves del putinismo. Nemerovskaya es activista de derechos humanos en Open Russia, el movimiento impulsado por el magnate Mijaíl Jodorkovski tras salir de la cárcel.
De Kadírov a Nemtsov
“El sistema político ruso tiene, básicamente, dos puntos débiles”, afirma Yashin. “El primero es la corrupción generalizada”, un fenómeno que ha quedado al descubierto en los papeles de Panamá o en la orden de detención de la Audiencia Nacional contra varios ciudadanos rusos vinculados a tramas mafiosas, casos en los que aparecen implicadas personas del círculo más cercano de Putin. El otro eslabón endeble es el régimen de Kadírov en Chechenia, “el califato checheno”, en palabras de Yashin, “un estado independiente dentro del Estado ruso” donde la corrupción es aún mayor y alcanza proporciones sistémicas.
Ramzán Kadírov, que maneja a sus anchas un presupuesto procedente en un 85% de Moscú, “es el único líder político ruso que no solo tiene un montón de dinero —su residencia privada ocupa 260.000 metros cuadrados y tiene su propio zoo— sino que además cuenta con su propio ejército privado”, expone Yashin. Son los denominados “kadyrovitas”, que el líder opositor cifra en cerca de 30.000 efectivos, en su mayoría antiguos separatistas a los que Kadírov confirió un estatus de legalidad tras la segunda guerra de Chechenia y puso a su servicio asegurándose su lealtad incondicional.
Yashin: “La corrupción y el régimen de Kadírov en Chechenia son los dos puntos débiles del sistema político ruso”
Uno de ellos, Zaur Dadayev, confesó haber asesinado a Boris Nemtsov a escasos metros del Kremlin, acción que Yashin considera “un acto terrorista destinado a sembrar el terror entre los opositores al régimen de Putin”. Dadayev era el subcomandante del Batallón Norte del Ejército de Chechenia, comandado por Alibek Delimkhanov. El hermano de este último, Adam, es a la vez primo y mano derecha del presidente checheno. “Existe una línea directa que conecta a Kadírov con el asesinato de Nemtsov —sostiente Yashin—, lo que no sabemos es si la conexión termina ahí o sigue más arriba”. El vínculo entre Putin y Kadírov en la guerra de Ucrania era una de las líneas de investigación de Nemtsov poco antes de morir. A partir de su trabajo, publicado meses después por su antiguo colaborador, se conoció la presencia en el Donbás de combatientes chechenos pertenecientes al Batallón Smert (Muerte), integrado en un 90% por antiguos separatistas.
Para Peter Pomerantsev, los casos de Kadírov y Nemtsov revelan la debilidad de un régimen mediático construido mediante un uso sofisticado de la denominada tecnología política. “Lo primero que hace Putin cuando llega al poder, antes de controlar los servicios secretos o el sector energético, es tomar control de la televisión. Y a partir de ahí construye su régimen, un sistema basado en la corrupción para las élites y la televisión para el pueblo.” Y un poco de violencia, claro. “Comparado con Stalin, que era un 75% de violencia y un 25% de propaganda, Putin es justo lo contrario, 75% de propaganda y 25% de violencia”, sostiene Pomerantsev. De esta manera, “Putin no necesita arrestar o asesinar a una cuarta parte de la población, basta con encarcelar a un Jodorkovski o asesinar a un Nemtsov para enviar un mensaje: el hombre más rico del país, entre rejas; el político más carismático, asesinado en frente del Kremlin”. Un método preventivo que ha resultado muy eficaz.
La idea clave de los asesores políticos que construyeron el putinismo era, según Pomerantsev, que no había alternativa a Putin. Así, “en televisión se emitían debates políticos entre candidatos ridículos de extrema derecha y de extrema izquierda, todos ellos creados por el Kremlin, de modo que los espectadores pensaran ‘Putin es nuestra mejor opción’. El objetivo era absorber todas las narrativas ideológicas y políticas, crear partidos falsos, corromperlos y controlarlos desde el Kremlin y hacerlos parecer tan ridículos que nadie los quisiera votar”. En definitiva, o Putin o nada.
Del plató a la guerra perpetua
Tras revelarse la retórica democrática insuficiente para frenar los efectos de la crisis económica, el régimen inauguró en Ucrania una nueva narrativa para asegurar la cohesión y la paz interior: la guerra perpetua. Una estrategia —definida por el historiador estadounidense Timothy Snyder como un bonapartismo sin Napoléon— destinada a resolver las tensiones domésticas a través de acciones bélicas en el extranjero.
Pomerantsev: “La política exterior rusa busca hacer la OTAN inservible y fomentar la división en la UE”
“En cuanto a la relación con Occidente —recuerda Pomerantsev—, el objetivo de la política exterior rusa es hacer la OTAN inservible y fomentar la división en la UE.” Frente al multilateralismo, Moscú pretende persuadir a Europa de que tiene una alternativa mejor. Para ello, explica Pomerantsev, ha puesto en práctica una guerra psicológica dirigida especialmente contra los socios del Este para demostrar que la paz posterior a la guerra fría ha terminado: “Podéis ser miembros de la OTAN y formar parte de la UE, pero todavía podemos convertir vuestra vida en un infierno” sería el mensaje.
En cuanto a su visión del mundo, concluye Pomerantsev, “Rusia tiene una idea esencialmente distinta de la globalización. Mientras la visión occidental es de tipo liberal y tiene que ver con la idea de integración, con la desaparición de las fronteras, Rusia ve el resto del mundo de la forma en que ve su política interna: como un gran conflicto hobbesiano en el que es constantamente atacada. Y por tanto, tiene que contraatacar”.
Disipado el efecto paliativo de las victorias militares en países como Ucrania o Siria, afirma Polina Nemerovskaya, “la gente se ha dado cuenta de que sus vidas han cambiado para peor y han dejado de querer intercambiar la grandeza externa por pobreza interna”. De este modo, el temor a una nueva escenificación del descontento popular ha llevado al régimen a devolver el foco a la política doméstica. Lo cual, augura Nemerovskaya, “puede resultar un poco peligroso para activistas y opositores políticos como nosotros”. El hastío, amplía Yashin, alcanza también a unas élites que han visto recortados sus privilegios por las sanciones económicas que mantiene Bruselas contra Moscú en respuesta a la adhesión ilegal de Crimea y a la desestabilización deliberada de Ucrania. “El rol de Putin en la política rusa está cambiando. Por eso es tan importante que Europa mantenga las sanciones”, reclama Yashin, si bien descarta cualquier levantamiento contra el régimen impulsado desde las altas esferas.
La creación de la Guardia Nacional (dirigida por un exguardaespaldas de Putin considerado como uno de los más influyentes amigos de Kadírov en Moscú) se asocia a la inquietud del Kremlin ante próximas movilizaciones, con las elecciones presidenciales de 2018 en el horizonte. “Las últimas que ganará Putin”, apunta Yashin. De ser así, conservaría su mandato hasta 2024.
Fuente: Ahora