Está claro que durante muchos años los países occidentales -incluida Polonia- han sido objeto de la agresión híbrida rusa. Al mismo tiempo, no solo impacta a países concretos, sino que tiene como objetivo desmantelar la unidad de Occidente. Para ello, su hoja se dirige principalmente contra la OTAN, que es percibida en el Kremlin como un enemigo casi mítico, que personifica todas las acciones de fuerzas externas desfavorables para Moscú.
Rusia considera a la Organización del Tratado del Atlántico Norte su principal enemigo. Esto se evidencia no sólo por las declaraciones directas de los propagandistas del Kremlin y los medios de comunicación afines, sino también por el hecho de que durante mucho tiempo se refirieron sistemáticamente a la acción militar en Ucrania como una «operación militar especial», mientras que la palabra «guerra» sólo se utilizaba si se mencionaba la palabra «OTAN» en este contexto. Por lo tanto, en el mensaje de desinformación ruso, Kremlin no está en guerra con las Fuerzas Armadas ucranianas, sino con todo el «Occidente colectivo». Esto está vinculado principalmente a la propaganda dirigida a su propia población, así como a los habitantes de partes de otros países postsoviéticos. Moscú intenta así encubrir la vergüenza de sus propias autoridades y de su «segundo ejército mundial», que durante más de mil días ha sido incapaz de lograr una victoria decisiva sobre una Ucrania, en teoría, mucho más débil. Y en este contexto, suena mucho mejor crear el mensaje de que en realidad están luchando contra la alianza militar más fuerte del mundo, y no contra una antigua república de la URSS. De ahí el énfasis en el hecho de que los rusos están luchando con las armas «más modernas» de la OTAN, y cuando los ucranianos tienen éxito, se supone que es sólo gracias a supuestos «mercenarios polacos» o «franceses». Al mismo tiempo, en los mensajes rusos, en cierto sentido, el brazo político de la OTAN está «hecho» por la Unión Europea. Según los medios rusos, se supone que sus agentes son responsables, por ejemplo, de las protestas en Georgia o del resultado electoral desfavorable para Rusia en Moldavia.
Al hacerlo, merece la pena señalar que la desinformación rusa funciona no sólo para objetivos a corto plazo, es decir, reduciendo la ayuda a Occidente y debilitando su integridad, sino también para objetivos a largo plazo, es decir, ocasionando su ruptura interna permanente, permitiendo a Moscú reforzar su posición global. De ahí que pueda distinguirse toda una serie de narrativas del Kremlin, dirigidas contra la OTAN como institución sólida, así como contra países concretos.
La primera de ellas se dirige principalmente a un público interno. Enfatiza el poder de la OTAN y sus «intenciones agresivas». Esto incluye noticias falsas sobre Polonia y Lituania planeando invadir Bielorrusia o la naturaleza «agresiva» de cualquier ejercicio militar en el flanco oriental de la Alianza. Su objetivo es consolidar a la sociedad internamente y reunirla en torno a las autoridades, que son las únicas en condiciones de garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos.
La segunda hace hincapié en la debilidad interna de la Alianza, su «decadencia» y su inminente desintegración. Está dirigida tanto en lo interno, donde se pretende reforzar la sensación de fortaleza de la sociedad rusa y su respeto por su «fuerte» poder autoritario propio, como en lo externo, donde se pretende reforzar la tercera y cuarta narrativas.
La tercera pretende acentuar las divisiones entre los distintos Estados de la OTAN y la UE. Alimenta todos los malentendidos, desacuerdos y conflictos entre ellos, buscando exagerarlos hasta proporciones desorbitadas. A sus ojos, la desaprobación de la mayoría de los dirigentes occidentales de las actividades prorrusas de Orbán se está convirtiendo en una amenaza real de intervención militar de la OTAN en Hungría, y los desacuerdos polaco-alemanes en una nueva guerra. Su objetivo evidente es hacer añicos la cohesión interna del Tratado del Atlántico Norte.
El cuarto se centra en la creciente polarización dentro de los Estados miembros de estas instituciones. Lo que a menudo importa más es el grado de esta polarización que su dirección fundamental. Los trolls del Kremlin son capaces de apoyar a ambos bandos de una disputa política con la misma pasión, buscando su rápida radicalización. Con ello pretenden debilitar la capacidad de decisión de los gobiernos de estos países y concentrarlos exclusivamente en asuntos internos, dejando a Rusia vía libre en las zonas que considera unilateralmente su esfera de influencia.
El quinto pretende dividir a los países occidentales con Ucrania. El mapa de la supuesta partición del país con la ayuda de sus vecinos occidentales o la difusión de tensiones entre los ucranianos y las sociedades occidentales que los acogen, sirven a este propósito. Con esto último, Rusia amplifica el mensaje rápidamente sobre la ingratitud del gobierno de Kiev y de los emigrantes ucranianos, y a los primeros sobre su discriminación y la falta de un apoyo occidental adecuado. De esta manera, el Kremlin quiere reducir la ayuda a Ucrania, mientras que en esta otra pretende despertar la desconfianza hacia las instituciones occidentales, alejando a Kiev de sus aspiraciones de ingreso en la OTAN y la UE en favor de la sumisión al «mir» ruso.
La sexta directriz se dirige tanto al público interno como al público «antisistema» de Occidente. Se centra en blanquear a Rusia, culpando a las intenciones «agresivas» de la OTAN de causar la guerra en Ucrania. Con ello se pretende, por un lado, aumentar la movilización de la población de su propio país en favor del esfuerzo bélico y, por otro, reducir el sentimiento antirruso entre las sociedades occidentales, minando al mismo tiempo la confianza en sus propios gobiernos.
La séptima estrategia se basa en la gestión del miedo. Esto implica crear más líneas rojas «infranqueables», difundir visiones de la Tercera Guerra Mundial o amenazar con un conflicto nuclear. Su objetivo es obligar a los países occidentales a adoptar una postura fuertemente defensiva, a reducir la ayuda a Ucrania, a hacerles aceptar las condiciones rusas.
Por último, la octava -a diferencia de las demás- no se dirige al público, sino a las autoridades de los países de la OTAN. Se trata de amenazar, en caso de derrota del Kremlin, con la desintegración de Rusia y la consiguiente caída de su arsenal nuclear en manos de mafias, caudillos irresponsables y grupos terroristas. De este modo, Moscú «intenta» gestionar indirectamente el conflicto convenciendo al Bloque Occidental de que puede ir en contra de sus intereses y provocar una derrota militar o una importante pérdida de imagen para Rusia.
Así pues, puede verse que el Kremlin está utilizando diferentes narrativas, a veces contradictorias, en su guerra de propaganda y desinformación contra la OTAN. Sin embargo, a los rusos no les importa en absoluto esta contradicción, ya que su principal objetivo es sembrar la confusión informativa con la consiguiente reducción de la viabilidad política de Occidente en su conjunto. Es importante no dejarse influir ni manipular por el Kremlin. Aunque algunos de sus mensajes tengan cierta base en la realidad, exagerarlos y dar rienda suelta a las emociones sin pensar no favorece nuestros intereses ni nuestra seguridad.